SUS OJOS

Sus ojos me inquietan, tal vez sea su mirada profunda como un pozo oscuro y tenebroso. O tal vez la fascinación que ejercen sobre mí. Sus ojos me miran, me observan, me siguen. Sé que en la noche cuando duermo ellos me vigilan. Entran en mis sueños, recorren mi cuerpo haciéndome suya mientras mi voluntad reposa a mi lado. Sus ojos van a donde quiera que voy. Son guardianes de mis pasos, jueces de mis acciones. Sus ojos son mi dueño y me atan a la condena de tener que verlos. Supe amarlos, besarlos, acariciarlos. Supe desarmarme ante la dulzura de su amor, jurarle ser suya para siempre. Sus ojos siempre están ahí, callados, sin embargo tanto silencio me asusta. Después de tanto amor que compartimos, por alguna oscura razón todo cambió. Vi llamas de rabia salir de sus ojos, un odio negro oscureció su mirada transparente. Aprendí a temerles, a huirles aunque ellos siempre me encontraban. Ellos me han obligado a seguir a su lado, me han robado mi voluntad, eclipsado mi razón. Fue hace unos días cuando una tormenta oscureció aún más la noche, me acosté temprano, un trueno que retumbó en lo profundo de mis sueños me despertó y un rayo veloz como una flecha iluminó mi cuarto y los alcancé a ver como me miraban acusadores, vengadores.

Ahora paso mis noches en vela, temo no despertar más o quizás sea que me da miedo perderlos porque son míos, porque aunque ellos me miren con odio y desprecio me pertenencen hasta el fin de mis días. Maldigo mis promesas de amor eterno que me encadenan a ellos, maldigo la sinrazón de esta absurda relación. Maldigo y me maldigo. Ya no duermo, llegado el ocaso me siento en mi cama y tejo miles de relatos tratando de cambiarle el final a mi triste historia y al amanecer finjo hacer miles de tareas, me muestro ocupada, atareada, no quiero que me sienta tan suya, tan pendiente de su mirada, de sus ojos.

Sin días ni noches, sin sueños ni despertares, soy un despojo de vida.

Estoy sentada a la mesa, balancéandome en la silla, siguiéndole el ritmo al reloj de pared que marca las horas perdidas de mi mundo sin tiempo. Desde donde estoy los puedo ver, siguen ahí sin moverse, orgullosos, provocadores, pareciera que el cansancio nunca se apodera de ellos, que están listos para atacarme y así librarse de mí. No sé si fue las campanadas que dio el reloj o mi silla que golpeó el suelo, lo que me hizo volver a la realidad. Desperté de un largo sueño, de una pesadilla y ví a mi lado un martillo, no sé cuándo apareció ahí pero creo que ellos lo trajeron para dañarme o tal vez para que los libere y al hacerlo rompamos esta cadena que nos ata.

Me levanto, camino hacia ellos, me tiemblan las manos, un sudor frío recorre mi cuerpo, trato de respirar hondo y calmar mi pulso.

Me dirijo a ellos, a sus ojos lo último que me queda de él y de los cuales hasta hoy no pude librarme. Miro su jaula de cristal sin la cual no podrían vivir, miro el martillo en mi mano, miro e imagino un golpe seco que los libere y un río de agua que los trae rodando hasta mis pies, imagino que los aplasto como a dos uvas maduras, que su espíritu los abandona, que ya no son nada más que ollejo seco. Los libero y me libero y por fin mis noches son noches y mis días brillan de nuevo, salgo a la calle y ya nadie más me sigue, me vigila, me amedranta.

Miro su jaula de cristal, miro el martillo en mi mano, miro sus ojos fijos en mí, desafiantes... miro su jaula de cristal y miro sus ojos burlones al ver como el martillo cae al suelo...

de mi autoría