MUJERES 2

La relación de las mujeres con su vagina es totalmente opuesta al hombre. Nacemos con ella pero somos de latitudes opuestas. No tenemos un cabal conocimiento de su forma, color, gusto y olor. Tomamos real conciencia de ella cuando nos indisponemos por primera vez, descubrimos alguien hasta ahora anónimo que todos los meses nos empieza a pedir que le prestemos atención. Aprendemos a higienizarla, cuidarla, perfumarla. Nos encontramos con un vello púbico irreverente, que crece como maleza y a la que a través del tiempo y nuestro encanto le vamos dando forma.

Con el descubrimiento en nuestra vida del sexo conlleva otros descubrimientos menos fáciles pero más placenteros y siempre ligados a ese sur lejano: el orgasmo, el punto G qué tantas preguntas nos generan...

La relación con esa amiga lejana es a veces un poco fría: no le ponemos nombre, aunque a veces algún insolente la bautizó, no preguntamos qué tal estamos de diámetro y de longitud y no alardeamos de ella en charlas entre amigas.

Hoy decidí conocerla, dejar que mi mano sea mi lazarillo, confiar en mis sentidos...

Decidí adentrarme en la frescura de su valle grande y hermoso, recorrerla despacio como admirando un paisaje que se empieza a humedecer por el primer rocío del amanecer. Recorrer la orilla de su pozo de las ánimas, aquel que desata en quien lo visita el deseo inconmesurable de hundirse en su profundidad; obligar a mi dedo a adentrarse en esta caverna embrujada que te lleva a internarte en su estrechez.

Entrar, salir, descubrir montes y castillos hasta chocar y caer en un volcán en erupción, sentir como su lava caliente se desliza por el valle, la tierra empieza a temblar y un sudor frío recorre la médula de su cordillera haciendo gemir al coloso, sentir como si los ríos desbordaran su cauce y ya en el punto máximo de su ebullición, cuando pareciera que no queda ni un suspiro, la tierra vuelve a aquietarse, despacio, lentamente todo se paraliza tratando de recuperar la calma, hasta que una nueva expedición la vuelva a estremecer.